lunes, 21 de junio de 2010

Origano

Estaba encogida contra las paredes de lo que, imaginaba, era una pequeña habitación sin ventanas. Tampoco podría afirmar que había una puerta en la estancia, lo único que sería capaz de decir con precisión es que no tenía techo. La ausencia de techo y la tremenda altura de la habitación la había descubierto cuando la bajaron al suelo precariamente atada con un par de cuerdas de montañismo.

No sabía cuando tiempo llevaba ahí, cuanto tiempo más iba a permanecer, quién le había llevado hasta allí, porque...

Llevaba una venda que le tapaba los ojos y le impedía totalmente la visión, ni siquera era capaz de ver algún punto de luz suelto de vez en cuando, otra venda le cubría la boca para que no pudiese proferir ningún sonido. Sus manos y sus pies estaban anudados entre ellos, lo que impedía el movimiento. Le habían colocado unos cascos que no le permitían oír absolutamente nada. En consecuencia, lo único que podía hacer era respirar, y dificultosamente por culpa de los golpes contra las paredes durante la bajada. Podía respirar. Y oler.

Y apestaba a orégano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario