martes, 3 de noviembre de 2009

Tú.

Salí del instituto con la mochila llena de libros y la cabeza llena de chorradas. Preferí no ir en bus. Caminé. Di un rodeo para pasar por el parque, necesitaba oxígeno y soledad. Me encaminé hacia mi árbol preferido con la intención de sentarme debajo y poder pensar tranquilamente en ti. Solo en ti. Siempre en ti. Y entonces te vi. Miento, primero te oí. Escuche el sonido dulce de tu guitarra. Tocando precisamente esa canción. No podía ser otro. Pero era imposible que fueses tú. Y allí estabas. Bajo aquel enorme castaño. Tu cara iluminada por uno de los pocos rayos de sol que se filtraban entre las ramas. Sonreías. Me sonreías. Tus ojos marrones brillaban. Tu pelo castaño ocultaba parte de tu frente.
Me acerque despacio, sin atreverme a hablar. Seguías tocando. Deje la mochila y me senté en la hierba, a tu lado. Cerca, pero aun demasiado lejos. Dejaste de tocar. Los últimos acordes flotaron dulcemente en el aire unos segundos eternos. Apartaste la guitarra a un lado y te tumbaste, y me invitaste a hacer lo mismo. Y lo hice. Y me abrazaste. Y te abracé.
Y entonces desperté. Qué duro es despertar tan lejos de ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario