lunes, 3 de diciembre de 2012

Everest


Como resultó que nunca fuiste una montaña, te construí una. Poco a poco, piedra a piedra, la hice más grande. Y puede que te preguntes de donde saqué piedras suficientes para construirte yo sola una montaña.

Cada piedra fue una mirada que me dedicaste, una palabra que me dijiste, un poema que me escribiste, un texto que me leíste, una canción que me enseñaste, un beso que me diste…

Había una piedra por cada vez que me hiciste reír, que me hiciste llorar, que me abrazaste, que me cogiste la mano, que cocinaste para mí, que nos sentamos muy muy juntos…

Una piedra por cada tarde, cada noche, cada concierto, cada paseo, cada película, cada serie…

Y cuando acabé de apilarlas todas, di tres pasos hacia atrás y observé como cada piedra individual se juntaba con las de su lado hasta no ser piedras, hasta convertirse en una montaña. Y me sentí orgullosa de lo que había hecho, de haber sacado todas esas piedras de dentro de mí y haber creado una montaña preciosa.

No sé qué es lo que se ve desde la parte más alta de mi montaña, ni sé cómo se llama, tal vez lleva tu nombre, ni la he escalado ni lo pienso hacer, no sé si ahora vive alguien en ella, si ha servido para algo a alguien más que a mí.

Porque vivir en su valle, a sus pies, me protege de todo. Mirarla me recuerda que he vivido, que he aprendido, que he crecido.

Que tengo que dejar fuera lo que me pese para poder volar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario