martes, 1 de febrero de 2011

I

Despierto en esta atmósfera cargada del vaho de tus suspiros, en la pequeña habitación que da a una carretera por la que pasan demasiados coches. Son las 5 de la mañana y respiras fuerte, como si el aire tuviera que luchar para entrar en tus pulmones. Tienes la mirada fija en el techo y estás complemente empapado en sudor. Otra noche no has dormido, puedo leerlo en tus ojeras, más marcadas cada madrugada. Me levanto de la cama y ni te giras a mirarme. Tal vez ya ni soportas verme o desde ese mundo en que te hundes no percibes mi presencia. No lo sé. Entra algo de luz de la farola de la acera por la persiana medio bajada y vislumbro tu cuerpo destapado, tu piel de gallina adornada con perlas de sudor frío, tu pelo negro pegado a la frente. Sé que sigues aquí porque te escucho respirar entrecortado, porque a veces te tiemblan levemente los párpados, porque tu sudor empapa las sábanas que compartimos desde hace demasiado tiempo tal vez. Navegas sin rumbo en ese mar muerto en que se convirtió tu mente aquel día. Ese océano que ha ahogado tu voz, que se ha tragado tu risa. Que te ha arrastrado tan lejos de mí.

Me acerco hacia el armario. Vacío. Rebusco entre los montones de ropa tirada en el suelo lo menos arrugado. Alguien debería volver a poner una lavadora en esta casa. Pero eras tú quien se ocupaba de estas cosas, lo tuyo siempre fue el mundo real, yo siempre viví de las palabras, de vender humo de colores a quienes apreciasen las formas que hacía suspendido en el aire. Eras tú quien me devolvía del mare magnum de tinta y folios escritos a la cotidianidad. Quien ponía comida caliente entre mis manos inquietas, quien me recordaba que cosas como dormir, ducharme, beber... que a mí se me olvidaban entre las letras, eran vitales para seguir escribiendo. Y ahora soy yo quien trata de traerte de vuelta a mí lado. Y no sé como hacer que tus ojos fijos se enfoquen en algo que exista, no sé encontrar billete de regreso del lugar en el que estás. Soy presa de una inutilidad que hará que mueras de locura entre mis brazos. Sabes que solo sé escribirte versos demasiado cortos o párrafos demasiado largos. No sé vivir sin tus instrucciones.

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